6 de diciembre de 2010

Los alucinógenos en el mito

Por: Hilda Landrove

Los alucinógenos en el mito, es un libro de Giorgio Samorini que recoge mitos relativos a la aparición y descubrimiento de las plantas psicoactivas o enteógenos*. Aunque el autor no se detiene a explicarlo en el libro, tal recopilación es resultado de la certidumbre, compartida por muchos antropólogos actualmente, de que en la génesis de cada cultura hay un enteógeno o planta de poder que dio forma a sus símbolos constituyentes. Revisar lo que la memoria oral de los pueblos ha guardado a través de su historia sobre este proceso es revelador, por tanto, de la conciencia que dichos pueblos tienen de su herencia enteogénica, por decirlo sintéticamente, y de un grupo de fenómenos asociados al consumo de plantas, los estados alterados de la conciencia y la cultura en que viven.

En uno de los mitos sobre el yajé (también llamado ayahuasca), de origen tukano, la búsqueda de la bebida embriagante que les permitiría comunicarse con los poderes superiores es totalmente intencional. Era una promesa hecha por el padre Sol y los hombres habían estado probando diversas variantes.

No es casual que el mito revele este proceso de búsqueda pues el yajé es el resultado de una mezcla muy específica de sustancias cuya combinación produce el estado alucinatorio. El elemento central de la historia es el alumbramiento por parte de la mujer primordial (mujer yajé), de un niño que es el yajé mismo y que una vez llegado a la maloca del origen (la Casa de las Aguas) es despedazado y comido por los integrantes de la comunidad. Lo curioso en este caso, y ya no está contenido directamente en el mito sino en la interpretación que los payés (chamanes) de la zona hacen del mismo, es la conciencia de que el yajé ha dado origen y forma a la cultura en que viven, haciendo un gran aporte a la civilización y socialización de su pueblo, según queda recogido en las palabras de uno de ellos:

Ayahuasca
"El Padre Sol (…) les dio el yajé. Y dándoles el yajé, les dio la vida; les dio las reglas según las cuales vivirían. Una vez que tuvieron el yajé, ellos encontraron sus propios argumentos, sus propias conversaciones. Ahora habían hallado su sitio, aunque fuera en medio de fatigas y errores. Allí sentados, en la Casa de las Aguas, habían encontrado su propia manera de vivir."

En el resto de los mitos recogidos en este libro, la intencionalidad en la búsqueda de la planta sagrada no es evidente o no hay referencia a ella, pero sí se trata siempre de un “regalo” o concesión de los creadores a los seres humanos como ayuda a su existencia, en la resolución de problemas concretos y en un sentido más amplio como camino a la realidad "otra" o alterna, un territorio abierto a los que pueden penetrar en él y descifrar sus misterios.

Un aspecto muy importante en algunos de los mitos es la inclusión no sólo de las circunstancias que hicieron posible la aparición de la planta en cuestión, sino también la búsqueda de un contexto adecuado para su consumo. Es en uno de los mitos del peyote donde esto queda expresado con mayor nitidez. Entre los apache-kiowa, son una madre y su hijo quienes en una situación límite, perdidos, cansados y hambrientos, siguen una voz que luego es identificada como la voz del Espíritu y esta les indica comer la planta que les alivia el hambre y los reconduce al grupo. Una vez que llegan a la aldea, el muchacho pide un tipi para él solo. Allí consume peyote todas las noches y en las mañanas se va a las montañas. Poco a poco, por curiosidad la gente va sumándose. Entran al tipi y lo acompañan en el consumo nocturno del peyote y el posterior viaje a la montaña, hasta que toda la aldea queda involucrada en el rito que ha ido naciendo gradualmente, en el proceso de incorporar un mayor número de personas, lo que va permitiendo definir cada uno de sus aspectos.

Peyote
Como en el mito anterior, es un elemento recurrente en la generalidad de los casos la situación de crisis que antecede al encuentro con el poder. Los protagonistas del mito han llegado a una situación límite, ya sea por extenuación, hambre, hostilidad del medio, enfermedad o cualquier otra circunstancia que marque una ruptura, una necesidad de salto de orden. El encuentro y consumo de la planta es entonces, en todos los casos, una apertura al mundo sobrenatural o a un área de conciencia que contiene las respuestas que el protagonista de la historia ha estado buscando o que sin buscarlas se le presentan como la guía para la profunda contribución a la cultura que está llamado a realizar.

El elemento de la crisis y la aparición y consumo de la planta simboliza también una realidad psicológica que es expresada en el mitema de la muerte y la resurrección: un estado debe morir a fin de que surja otro. La situación límite no es más que la manifestación evidente de la necesidad de dicha superación. El héroe cultural, representante de su pueblo, ha agotado sus reservas físicas y energéticas y dicho agotamiento no es resuelto con un descanso parcial, sino con la sacudida del ser total y el ingreso a un nuevo reino de experiencia desde el cual la cultura toda es resignificada con la creación de nuevos símbolos. La experiencia con las plantas de poder es, por tanto, también social en su naturaleza y manifestación.

La manera en que las plantas psicoactivas realizan su potencial civilizatorio y de generación cultural es a través de la producción de "imaginería mental". Las visiones que los chamanes alcanzan en los estados expandidos de conciencia, a los que han accedido mediante el consumo de plantas psicoactivas (aunque no hay que dejar de lado otras técnicas desarrolladas con el mismo fin, como ayunos extensos, extenuación del cuerpo y los sentidos, meditación, etc.), son traducidas a su comunidad en forma de símbolos culturales que constituyen elementos de cohesión a la vez que soluciones operativas a la enfermedad o los conflictos grupales, por poner dos ejemplos del área de acción del chamán, sabedor u hombre de conocimiento. De esta forma, el círculo de la generación y conservación de la cultura comienza en el cultivo de los estados alterados de conciencia y en los productos mentales de los mismos consensuados y condensados en símbolos.

Encontrar estos rasgos comunes: el origen “divino” de la planta sagrada, su descubrimiento y consumo precedidos por una situación límite y su influencia en la creación de normas y símbolos culturales, permite ratificar a través del lenguaje perenne del mito, la función cultural y civilizatoria de las plantas de poder y su consumo; una función que es continuamente recreada en nuestra propia cultura a pesar de la ideología dominante y su negación continua del acceso a los estados alterados de conciencia.

Lógicamente, la manera en que el consumo de plantas enteógenas podría conducir hoy a la generación y la renovación cultural no es tan evidente como en las sociedades arcaicas. En ellas el acceso a estados expandidos de conciencia constituye un pilar básico entronizado en una cosmovisión más amplia. Dichos estados garantizan la sostenibilidad de las instituciones y estructuras sociales al disminuir la entropía y retroalimentar los mitos o historias fundacionales y las normas de relación de la comunidad. En una cosmovisión así la “realidad” no está limitada por los alcances de los sentidos o las operaciones del raciocinio, ni fragmentada en lo objetivo y lo subjetivo, o lo real y lo imaginario. Por tanto, es coherente que el consumo de enteógenos haya sido una característica básica de la construcción cultural en ese contexto. No es el caso de la cultura global dominante, con una interpretación del mundo en extremo limitada, fragmentada y carente de cualquier intención trascendente o de búsqueda más allá del estrecho panorama de los sentidos.

Sin embargo, incluso en un escenario así el consumo de psicodélicos y plantas enteógenas se encuentra más extendido hoy que en siglos anteriores. Desde inicios del siglo XX, cuando empezaron a identificarse botánicamente, a sintetizarse y propagarse el uso de muchas de estas plantas, la cantidad de personas que se han acercado a ellas con fines diversos, desde la búsqueda introspectiva hasta la creación artística o la experiencia mística, continúa creciendo en relación directamente proporcional a las regulaciones gubernamentales y el prohibicionismo extendido a nivel global. Hay una amplia gama de fenómenos que lo ilustran, desde las prácticas nacidas de un contexto tradicional, sincretizadas y adaptadas, como es el caso de la Iglesia del Santo Daime o la Iglesia Nativa Americana del Peyote, hasta movimientos como el de la contracultura de los años 60, basado en el consumo de LSD, o un corpus ya considerable de investigaciones, aplicaciones médicas y proposiciones paradigmáticas alrededor de los estados de conciencia y el desarrollo de la cultura. Además, actualmente muchos consumen plantas individualmente o se agrupan en comunidades, fundamentalmente virtuales, en las que se comparten experiencias, se difunden los resultados de la investigación sobre el tema y a menudo se generan posturas militantes a favor de despenalizar y legalizar las plantas psicoactivas.

Es poco probable, a pesar de la prohibición y el tabú cultural respecto al consumo, en particular respecto al  consumo fuera de un contexto estrictamente ritual y de la mano de algún chamán, que tal fenómeno desaparezca. Más bien parece incrementarse, pues la compulsión humana de alcanzar un estado de realización y liberación de las ataduras es permanente, es nuestro más poderoso instinto, y se manifiesta más a medida que es más evidente el estado de descomposición en el que se halla la cultura en que vivimos. El rasgo del mito en el que una experiencia de crisis antecede a la aparición de la planta es una realidad psicológica para aquellos que deciden acceder a los reinos que los enteógenos ponen a nuestro alcance, como un profundo desacuerdo con el estado de cosas en que vivimos y más profundamente una búsqueda de completamiento, de integración y comprensión de la realidad profunda que subyace a las apariencias.

El origen “divino” de las plantas de poder es también fácilmente reconocible. Una experiencia básica que todos los enteógenos comparten, es que proveen una sensación y reconocimiento de que vivimos en un entramado mucho mayor que el de las relaciones humanas y los dictados de la cultura. Las plantas nos llevan de vuelta al mundo de los dioses, al momento de la creación que no existe en el tiempo, sino en la cualidad significante de la conciencia y por tanto pertenecen por definición a ese reino, como pertenecen también al reino humano pero en el sentido de una trascendencia: acceder y realizar “lo humano” es superarlo.

El otro de los elementos descritos, particularmente el que es visible en el mito del origen del peyote y que está relacionado con la creación de normas para el consumo y la institución del rito, no debe ser entendido por los practicantes modernos como una necesidad de ceñirse a los contextos culturales originarios de las plantas. Esto ha conllevado, en muchos casos, a un ritualismo excesivo e inútil (mucho más si consideramos que los propios contextos originarios han sido transformados progresivamente por diversas formas de colonización). Lo que sí permanece es la necesidad psicológica de establecer un marco contextual, de dar un punto de referencia a la experiencia de entrar en estados expandidos de conciencia de manera que pueda ser traducida y compartida por más personas. Lo que ese marco contextual significa para nosotros es contar con una estructura y un lenguaje que den cabida a la experiencia y a través de los cuales la misma pueda ser traducida y resignificada para todos. Esa es propiamente la función del chamán en las sociedades arcaicas y es propiamente la función del explorador de la conciencia en nuestras sociedades, no importa si a esa exploración se le denomina arte o directamente chamanismo o de cualquier otra forma.

Los mitos, en este caso los que ubican el papel de las plantas de poder en la vida humana, no son nunca historias fantásticas de pueblos desaparecidos o por desaparecer. Reflejan realidades psicológicas y profundas comprensiones del ser humano, de su lugar en el universo y su aventura en el camino de explorar el misterio y hacerlo parte de nuestra condición existencial. Son, por tanto, completamente actuales pues el tiempo no afecta esa nuestra más profunda vocación: ser libres y penetrar en lo desconocido.



Nota:


* Actualmente hay un debate sobre cuál es el término más adecuado para referirse a las plantas sagradas: enteógenos (neologismo que significa "Dios en nosotros", de resonancia religiosa), psicotrópicos (que alteran la mente) y psicodélicos (que manifiestan la mente) o más comunmente plantas de poder. Aquí utilizaremos el término que el propio autor utiliza en el título del libro o cualquiera de los otros indistintamente. Serviría hacer la distinción entre estas y otro tipo de drogas como los narcóticos, hipnóticos o estimulantes, las llamadas drogas duras (cocaína, heroína, morfina) y las drogas de diseño, que aunque tienen la capacidad de alterar el funcionamiento de los procesos mentales no pertenecen al mismo marco cultural ni proveen la misma clase de experiencia.


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